viernes, 16 de noviembre de 2007
PARA QUERER A VENEZUELA PARTE V
Hola a todos, hoy espero terminar este relato sobre Mérida.
Asi que, empiezo:
Era nuestro último día en Mérida. Nos levantamos muy temprano, hicimos maletas y salimos de la cabaña, rumbo a la casa de la familia de Jaime para despedirnos de ellos. Todos muy amables, la estadía fue más que estupenda, nos pidieron que regresaramos pronto.
Hoy estabamos invitados a desayunar en La Estancia San Francisco. La propietaria era sencillamente una mujer extremadamente bella. Me contó Jaime que en un momento de su vida fue Miss Mérida. ¡Con razón!.
Llegamos a La Estancia, nos estaban esperando. Nos condujeron al comedor y el desayuno fue exquisito. Arepitas andinas, o sea, telitas; queso de todos los tipos, jugos, los infaltables huevos revueltos, etc, etc.
Luego Jaime se reunió con Mariela, la propietaria. Nosotros, Luisa F, la esposa de Jaime y Yo, nos fuimos a recorrer La Estancia. Gansos y patos salvajes deambulan por los patios de la Estancia. Ovejas y conejos también. Una cascada convertida en riachuelo atraviesa la Estancia y en algunos sitios apropiados, han construido pequeñas lagunas para los animales, y además, el rumor del agua corriendo te da esa sensación de paz y tranquilidad inexplicable.
Jaime se nos reunió cuando hubo terminado su charla con Mariela y nos tocó despedirnos de esta experiencia inolvidable.
Jaime decidió manejar el primer trecho. Cuando llegamos al Parque Sierra Nevada, le pedí que se detuviera y así fue. Nos bajamos, recorrimos algunos parajes del parque. El frio estaba haciendo de las suyas. Nos tomamos algunas fotos. Y continuamos el viaje. Disfrutando de esa inmensidad de la montaña andina. Y aprovechando que el día estaba totalmente azul. Así, llegamos a Barinitas. Ya eran más de las 12 de mediodía. Nos paramos en un restaurante de carne en vara y se los digo de todo corazón, ¡tenía años que no comia una carne tan expectacular como la que nos sirvieron en ese local! Completamente asada y con un sabor tan exquisito. Y nada de durezas por ningún lado. ¡aquella carne se deshacia en la boca!
Reposamos un rato, con una buena conversación de sobremesa.
Jaime continuó manejando, aprovechando que es de día. LLegamos a Barinas e inmediatamente tomamos la autopista José Antonio Páez. La esposa de Jaime se estaba quedando dormida. Luisa F, estaba echando un camaronsito, y llegando a Guanare, lo supe, porque vi, a lo lejos, el monumento a la Virgen de Coromoto, Jaime se rindió y me entregó el carro. Ël y su esposa se mudaron a la parte de atrás y Luisa F. me acompañó como copiloto. Puse mi CD de los Bee Gees y pa´lante.
Conversando con Luisa F. se nos pasó el tiempo. Y por supuesto, el disfrute de aquellos inmensos paisajes llaneros se redujeron por causa del manejo. Pero que bellos son los Llanos venezolanos. Aquello no tiene fin. Ese color verde se confunde, allá en el infinito, con el azul del cielo. Tierra viva, esperando por la mano del hombre para darle lo que siempre le ha dado a los venezolanos: VIDA.
Por eso, para querer a Venezuela, sólo hace falta verla aunque sea una sola vez en la vida. Por cualquiera de sus cuatro costados. Mérida, la ciudad de los Caballeros, como se suele definir, enclavada al pié de la montaña, en un valle expectacular, rodeada de Páramos, de frio y nieve en sus picos más altos, como el Pico Bolívar con sus 5 mil y tantos metros sobre el nivel del mar, es una de las 23 bellezas naturales que tiene Venezuela para disfrute del mundo.
Así, llegamos a Caracas, cerca de las 11 de la noche.
A descansar un poco porque mañana, es un nuevo día y hay que empezar a plasmar en el papel esta experiencia tan maravillosa que vivímos en tan pocos días y que les haremos llegar a traves de nuestra revista desde otros puntos de vista.
PARA QUERER A VENEZUELA SÓLO FALTA VERLA UNA VEZ EN LA VIDA.
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